"Como que la niebla se disipase, y que, por esta vez, sin saber cómo, hubiera allí otra cosa". Así acaba Thomas Pynchon Vicio propio, el libro sobre el que Paul Thomas Anderson levantó su anterior película, y de alguna manera la advertencia (o lo que sea) se mantiene. El hilo invisible vuelve a convertir la sala de proyección en el escenario quizá mítico de un acontecimiento cerca del milagro. De nuevo, los géneros se fracturan. Es drama con el mismo empeño que farsa; es obsesión con idéntica necesidad que sueño.